25 de noviembre de 2015

La gripe “española” de 1918 (II): El desarrollo de la pandemia

Lápida conmemorativa de la pandemia en Nueva Zelanda
(tomado de http://kathleen-1918-influenza.weebly.com/)
La primera oleada

En 1918 los médicos estaban de sobra familiarizados con las epidemias de gripe y todo lo que conllevan: su sintomatología, tratamiento y medidas paliativas, pero en modo alguno se imaginaban lo que se les venía encima. Todavía se desconocían casi por completo los mecanismos bioquímicos por los que actuaban los virus gripales y nadie pudo prever que el brote epidémico se iba a transformar, de forma contundente y rapidísima, en la peor pandemia conocida. Las operaciones militares de la última fase de la Gran Guerra dictaban la dinámica social y sanitaria en buena parte del planeta, por lo que los movimientos de tropas y la concentración y traslado de grandes contingentes de soldados iban a ser determinantes en la difusión de la infección.

Hasta donde se ha podido reconstruir la historia y origen de esta pandemia, la gripe fue detectada por vez primera a comienzos de marzo de 1918 en un par de acuartelamientos militares situados en el centro y sur de Estados Unidos. Si bien en los primeros momentos no se consideró pertinente declarar una pandemia gripal, los médicos militares percibieron que sus características revestían mayor gravedad que las de una gripe corriente. Por desgracia, Estados Unidos seguía enviando numerosos contingentes de tropas al frente europeo, y el 1 de abril el virus había llegado a los puertos franceses de Brest y Burdeos.

La difusión de esta primera oleada de la pandemia fue muy rápida: en mayo se registraban multitud de casos en Reino Unido, Italia, España, los Balcanes y el norte de África; en junio la pandemia cruzó el frente y avanzó por tierra hacia Alemania, Austria, Europa Oriental y Rusia, a la vez que se dirigía por vía marítima a la India e Indonesia, por un lado, y al Caribe y Brasil por otro; en julio estaba instalada en China; y en septiembre completaba la invasión tras alcanzar los territorios más australes, Argentina, Sudáfrica y Australia.

La pandemia afectó por igual a naciones combatientes o neutrales, así como a territorios con muy diferente clima. Los países beligerantes veían cómo sus soldados enfermaban por miles, lo que tuvo inevitables consecuencias en el curso de las operaciones militares. La vulnerabilidad de dotaciones enteras modificó muchos planes de guerra, de ahí que las naciones implicadas mantuvieran al principio un gran hermetismo sobre la enfermedad. El sobrenombre de “gripe española” se deriva probablemente de la profusión de noticias sobre la pandemia que aparecían puntualmente en la prensa de nuestro país, no sometida a la censura de guerra.

Aunque contagió a millones de personas en casi todo el planeta, la primera oleada de la pandemia tuvo una incidencia desigual en los distintos continentes y, en líneas generales, los índices de mortalidad no fueron muy superiores a los que se registran en una epidemia de gripe estándar. A medida que avanzaba el verano, esta primera oleada fue perdiendo virulencia y desvaneciéndose progresivamente. La gripe “española” no habría pasado a la historia de no haber sido por su repentino y letal regreso a finales del verano de 1918.


Un otoño devastador

La reconstrucción de los hechos y las causas de la pandemia de 1918 se ve entorpecida por las deficiencias en el registro y computación de los casos, debido a que, en aquel entonces, los sistemas de estadísticas institucionales y sanitarias estaban entonces en sus comienzos. Por otro lado, los virus gripales sólo comenzaron a aislarse y estudiarse a partir de 1933, por lo que no existía confirmación por pruebas de laboratorio

Además, en aquellos momentos, médicos y enfermeras estaban desbordados, y las autoridades sanitarias tenían como principal objetivo paliar los efectos de la enfermedad y tratar de ralentizar el avance del contagio. Es comprensible, pues, que entre las prioridades médico-sanitarias no estuviera el diagnosticar con absoluta certeza la enfermedad y registrar adecuadamente el número de casos atribuibles a la gripe. De ahí que las cifras y tasas de morbilidad y mortalidad que manejamos hoy sean en muchos casos estimaciones y extrapolaciones.

A finales de agosto la pandemia reapareció simultáneamente en Boston (EE UU), Brest (Francia) y Freetown (Liberia). Y esta vez demostró poseer una virulencia mucho mayor, al elevarse brutalmente los índices de mortalidad. Los expertos siguen discutiendo las razones de la existencia de esta segunda ola y de su terrible letalidad, y se desconoce hasta qué punto se trató de un virus igual, distinto o algo distinto al de la oleada de la primavera. No obstante, se ha observado que, en general, la segunda oleada afectó menos a los territorios y poblaciones que habían padecido en mayor grado los efectos de la primera oleada, por lo que quizá ya habían adquirido una cierta inmunidad frente al virus, aunque se trata de un extremo no comprobado.

 
Fosas comunes en 1918
(tomado de www.pinterest.com )
Durante el mes de septiembre la gripe cubrió casi toda Europa y Norteamérica, buena parte de África y Asia, y logró llegar por barco hasta Sudamérica. En octubre, sólo quedaba Australia sin contagiar. De hecho, en muchas partes del hemisferio sur la primera y la segunda oleada fueron casi simultáneas. Sin embargo, la segunda oleada traía su propia tarjeta de identificación: un enorme repunte de fallecimientos en los meses de octubre y noviembre.

Los historiadores de la medicina creen que nunca antes en la historia –ni después- falleció tanta gente por neumonía, y en tan breve espacio de tiempo. El cuadro clínico era el típico y bien conocido de la afección gripal, pero las complicaciones respiratorias por infección bacteriana secundaria resultaron ser abundantísimas y muy graves.

Y lo que sigue siendo un macabro enigma: en todos los territorios los casos fatales se concentraron en el grupo de edad en principio más resistente, esto es, los adultos jóvenes de entre 20 y 40 años. Hombres y mujeres, hasta entonces sanos y vigorosos, morían con los pulmones encharcados, a veces en menos de 48 horas desde la aparición de los síntomas. No se ha encontrado explicación a esta mortalidad diferencial. Se ha especulado (c.f. Echeverri Dávila 1993:15-16) con la posibilidad de que la potente capacidad del sistema inmunitario de los adultos jóvenes provocara una excesiva reacción frente a un virus gripal especialmente hábil en infectar el aparato respiratorio; las personas fallecían, pues, ahogadas por una sobre-inflamación de las zonas afectadas, la cual se produce en respuesta a la penetración del virus.

La gripe “española” golpeó todos los continentes durante los meses de aquel otoño, y ocasionó una mortandad desmesurada. Se considera que la tasa de mortalidad por gripe común suele situarse en torno al 1 por mil; pues bien, algunas de las tasas de mortalidad estimadas para la pandemia de 1918 fueron (Echeverri Dávila 1993:cap. 4) las siguientes: EE UU = 5,3 por mil; México = 23 por mil; Chile = 11 por mil; Brasil = 6 por mil; Inglaterra = 6,4 por mil; Suecia = 4,2 por mil; Alemania = 3,7 por mil; Francia = 4,2 por mil; Italia = 10,6 por mil; España = 8,3 por mil; Rusia = 5 por mil; Japón = 4,2 por mil; Filipinas = 8 por mil; Sudáfrica = 10 por mil; Australia = 2,7 por mil.

Los territorios más castigados, en los que se registró una mortalidad verdaderamente catastrófica, fueron La India (40 por mil, aunque algunos estudios elevan el índice hasta el 160 por mil), así como ciertas islas del Pacífico Sur, en las que se registraron tasas que llegaron al 200 por mil. Muy vulnerables fueron también algunas pequeñas comunidades de esquimales y amerindios del Canadá, que prácticamente desaparecieron. Se desconoce, en fin, la tasa de mortalidad que ocasionó la pandemia en vastas regiones del mundo, como China (aunque se baraja un 35 por mil), el África Subsahariana o Asia Central, si bien en las áreas extensas con baja densidad de población y deficientes comunicaciones el virus tuvo mayores dificultades de propagación.

Hospital improvisado durante la pandemia
(tomado de www.taringa.net )

Naturalmente, la gripe fue (como todas las enfermedades infecto-contagiosas) sumamente elitista, y afectó con mucha mayor contundencia a aquellas comunidades social y económicamente desfavorecidas. La gran cantidad de muertes en La India no sólo obedeció a la alta densidad y hacinamiento de su población, sino también a las deficientes infraestructuras higiénico-sanitarias, la malnutrición general y la falta de recursos médicos. Ilustrativos son también los casos de Nueva Zelanda y Sudáfrica. La tasa de mortalidad de la población maorí fue del 22,6 por mil, mientras que la de los neozelandeses de origen europeo fue del 5 por mil. Igualmente, en la entonces Unión Sudafricana, en los inicios del régimen de apartheid, los negros sufrieron una tasa de mortalidad cuatro veces superior a la de los blancos.

La gripe no sólo mata por infección vírica o bacteriana del sistema respiratorio, sino también por las repercusiones que tiene en las condiciones y la dinámica de la vida cotidiana. En 1918, hubo comunidades y familias en todo el mundo en las que el gran número de afectados provocó la desatención de menores y personas impedidas o enfermas por otras causas, que no podían valerse por sí mismas y que perecieron, no por la infección, sino por falta de cuidados e incluso inanición.

Así lo ilustra el estremecedor relato que realizó la estadounidense Edna B. Clampitt a su nieta en 1966:

En otoño de 1918, mi padre, mi madre embarazada, mis cinco hermanos y yo, vivíamos en una apartada granja de uno de los condados de Carolina del Norte, y nada sabíamos acerca de la epidemia de gripe. Uno de mis hermanos mayores servía en el ejército y a finales de noviembre obtuvo un permiso para venir a visitarnos. Le recibimos con gran alegría y a nuestra casa acudieron a verle vecinos y familiares. Sólo estuvo unos días pero traía con él el virus. Él enfermó tras marcharse, y todos nosotros también. A mediados de diciembre comenzamos a padecer fuertes dolores en el pecho y la garganta, con mucha fiebre, tos continua y gran debilidad, y apenas podíamos movernos. Mi madre, una mujer extremadamente fuerte, dio a luz sin ayuda alguna, y al día siguiente murió, así como uno de mis hermanos, de dos años de edad. Unos días después falleció el recién nacido, pero nunca he estado segura de si su muerte se debió a la gripe o a que ninguno de nosotros fue capaz de ocuparse de él, ni tan siquiera de alimentarle. El resto de la familia salimos adelante, tan sólo una semana más tarde. (Más ejemplos, en inglés, en Pandemic Influenza Storybook, Center for Disease Control and Prevention)

Afortunadamente, la pandemia de otoño de 1918 duró poco. En las Navidades la gente había dejado de morir, lo que fue la segunda mejor noticia de aquel año, por detrás de la conclusión de la Primera Guerra Mundial en el mes de noviembre. Quedaba, no obstante, hacer frente al tercer y último estallido de la pandemia de gripe, que se desarrolló en enero y febrero de 1919. La tercera oleada de la pandemia fue muy breve y no afectó a todos los territorios. Si bien no fue tan benigna como la primera oleada, en modo alguno alcanzó el nivel de virulencia y mortandad que caracterizó la brutal pandemia de otoño; la tasa de mortalidad sólo fue ligeramente superior a la de una temporada de gripe epidémica normal. La tercera oleada puede compararse con un último repaso de los rincones tras la gran limpieza general.


Entradas relacionadas:

La gripe "española" de 1918 (I): el entramado vírico

La gripe “española” de 1918 (III): La pandemia en nuestro país


BIBLIOGRAFÍA

ECHEVERRI DÁVILA, Beatriz

1993 La Gripe Española. La pandemia de 1918-1919. Colección Monografías nº 132, Centro de    Investigaciones Sociológicas / Siglo XXI. Madrid.



No hay comentarios:

Publicar un comentario