10 de noviembre de 2015

La gripe “española” de 1918 (I): El entramado vírico

En la primavera de 1918, cuando el mundo se adentraba en la última fase de la Primera Guerra Mundial, una terrible epidemia de gripe recorrió todos los continentes del planeta, causando millones de muertes y aunando así dos catástrofes demográficas sin precedentes desde hacía muchos siglos. La mayoría de los expertos estiman que, entre marzo de 1918 y febrero de 1919, la conocida como “gripe española” pudo infectar a un tercio de la población mundial y producir entre 20 y 50 millones de defunciones (cf. Burnet y White 1982:cap 15), si bien otros autores sugieren que las cifras reales pudieron ser bastante más abultadas. En contraste, las víctimas mortales del conflicto armado fueron menores, ya que se ha calculado que entre 1914 y 1918 la Gran Guerra causó la muerte de unos 10 millones de combatientes y unos siete millones de civiles.

Al margen del debate sobre el número total de víctimas mortales, la pandemia de gripe de 1918-19 plantea una serie de interrogantes que los investigadores no pueden todavía explicar satisfactoriamente: el origen de la cepa vírica que causó los contagios, sus elevados índices de morbilidad (porcentaje de afectados) y mortalidad (porcentaje de casos fatales), su desarrollo en tres oleadas sucesivas en poco menos de un año, y la extraña incidencia que tuvo en los grupos de edad de la población, ya que afectó con mayor intensidad a los adultos jóvenes (de entre 20-40 años) que a los tradicionales grupos de riesgo (niños y ancianos).

 
Epidemias y pandemias de gripe

La gripe es vieja compañera del ser humano, y actualmente se considera una enfermedad altamente contagiosa y de carácter endémico en la mayor parte del planeta. Ello quiere decir que se producen epidemias de manera recurrente y habitual, pudiendo registrarse estacionalmente todos los años; se caracterizan por la enorme velocidad y amplitud del contagio (el virus se transmite por vía aérea y no se precisa contacto directo para su contagio), así como por su rápida desaparición, ya que el número de infectados es tan elevado que el virus no tarda en esfumarse al no encontrar nuevos organismos sanos que infectar.

Las gripes estándar, que la mayoría de la población humana ha padecido en alguna ocasión, no suelen revestir especial peligro para la salud del individuo sino en los grupos de riesgo, esto es, niños, ancianos y enfermos crónicos, especialmente los que padecen problemas respiratorios y cardíacos. Los síntomas son bien conocidos: fiebre alta, agotamiento general, y dolor de cabeza y del resto del cuerpo. El enfermo suele recuperarse pronto, en unos días o una semana, salvo que aparezcan complicaciones, las cuales se manifiestan casi siempre en forma de bronconeumonías, provocadas directamente por el virus, o bien por una subsiguiente infección bacteriana del aparato respiratorio.

Son precisamente esas complicaciones en los pacientes vulnerables las que, en una epidemia de gripe normal, provocan un aumento moderado en la mortalidad. Se estima que cada año fallecen entre 250.000 y 500.000 personas en todo el mundo por los problemas directamente derivados de la gripe. Pero cada cierto tiempo, la epidemia de gripe se convierte en pandemia, es decir, se extiende por muy amplias zonas geográficas, afecta a millones de personas y aumentan enormemente los casos fatales.

¿Por qué ocurre esto? Según la Organización Mundial de la Salud, las pandemias de gripe se producen por la convergencia de dos factores clave: a) la aparición de un nuevo virus de la gripe capaz de causar una transmisión sostenida de persona a persona, y b) una escasa o nula inmunidad de la mayoría de las personas frente a ese nuevo virus gripal. Dado que se trata de una familia de virus con un asombroso poder de adaptación, su configuración genética puede cambiar con enorme rapidez, por lo que, desgraciadamente, las pandemias de gripe son impredecibles y recurrentes.

Se cree que desde el siglo XII han tenido lugar algo más de medio centenar de pandemias de gripe, algunas de ellas muy graves, destacando por su nivel de virulencia y/o extensión las habidas en 1580, 1781, 1847 y 1889. Con posterioridad a la gran pandemia de 1918-19, la peor fue la de 1957, originada en China y que llegó a causar unos dos millones de muertes. Sin embargo, la utilización de las sulfamidas y antibióticos, disponibles desde su creación en 1939 y 1945, respectivamente, ha sido un factor clave en el tratamiento médico de las neumonías bacterianas que suelen aparecer como complicación de la infección gripal. Ello ha permitido paliar los efectos de las pandemias habidas tras la Segunda Guerra Mundial, algo que en modo alguno pudo lograrse en 1918.
 
Esquema de un virus gripal
(Fuente: www.madridmasd.org)
Los virus gripales

A día de hoy todavía se desconoce cuál fue la cepa vírica responsable del estallido de 1918. La familia de los virus de la gripe es extensa y muy cambiante. Como la mayoría de los microorganismos patógenos para el hombre, los virus gripales proceden, en último origen, de especies animales. Se reconocen tres grandes subfamilias de virus gripales, A, B y C, de las que sólo la primera tiene potencial suficiente para producir pandemias. Además de las personas, la gripe A la pueden padecer también las aves y ciertos mamíferos, entre los que destacan los cerdos, si bien puede afectar también a caballos, perros y gatos. Existe una gran variedad de cepas virales de la gripe A, debido a los numerosos cambios genéticos que estos organismos emprenden con el fin de adaptarse a las condiciones ambientales y de sus potenciales huéspedes. Esta gran variedad es la que provoca las apariciones estacionales de epidemias gripales, y la que impide también la creación de una vacuna mínimamente eficaz.

Los especialistas clasifican las distintas variedades según las combinaciones de dos de las proteínas presentes en la composición del virus, la hemaglutinina (H) y la neurominidasa (N). De esta forma, las combinaciones H1N1 (detectada en los cerdos) y H5N1 (detectada en las aves) son las que han producido las cepas más peligrosas para el hombre. Estos virus pueden saltar de una especie animal al hombre y contagiarle (lo que se conoce con el término técnico de zoonosis), aunque no siempre sus efectos son graves, limitándose a un simple proceso gripal sin especiales complicaciones médicas si el contagiado cuenta con buena salud. 
 
En los últimos veinte años se han producido episodios que la Organización Mundial de la Salud ha calificado de pandemias gripales por su nivel de virulencia y su difusión geográfica intercontinental, si bien su morbilidad y mortalidad han podido ser contenidas. 
 
Ejemplares de ánade azulón (macho y hembra)
y de focha común
 Así, la gripe aviar (Ortin 2007), descrita por vez primera en 1878, afecta a las aves domésticas y a ciertas especies silvestres, sobre todo del grupo de las anátidas. El contagio a las personas se produce por contacto directo con las aves enfermas o sus excreciones, y desde 1997 se vienen registrando esta clase de infecciones de aves a humanos. Los casos abundan especialmente en Extremo Oriente, aunque se han producido contagios a personas en lugares tan alejados como Egipto, Nigeria o Canadá. Las muertes humanas comprobadas por gripe aviar no superan las 500, pero las pérdidas de aves de corral, entre infectadas y sacrificadas, se cuentan por millones, con el consiguiente perjuicio alimenticio y económico.

La gripe porcina fue reconocida por primera vez en 1918, al mismo tiempo que se estaba combatiendo la pandemia de “gripe española”. Una de sus variedades, la H1N1, pudo haber participado en la recombinación genética del virus que ocasionó la pandemia en humanos, aunque ello no ha podido ser demostrado. En abril de 2009 comenzó, en algún lugar de México o EE UU, un brote de gripe con un virus fruto supuestamente de una triple recombinación (porcino, aviar y humano), que se transformó en pandemia durante dos años, y que llegó a causar 19.000 muertes en todo el mundo.

 
Explotación porcina (Fuente: www.agroinformacion.com)
Como decíamos más arriba, la buena noticia es que una cepa viral procedente de un animal que ha infectado a un humano carece, casi siempre, de la capacidad de propagarse de persona a persona. Pero la amenaza, advierten los expertos, se encuentra en el proceso bautizado como coinfección: si una persona que está infectada con un virus gripal estándar (no necesariamente virulento) tiene la mala fortuna de infectarse con un virus gripal muy distinto al primero y procedente, por ejemplo, de un ave doméstica enferma, entonces la posibilidad de recombinación conjunta de ambas cepas es muy alta, y puede dar lugar a una mutación inédita. Surge así una nueva y peligrosísima cepa viral, la cual puede poseer la capacidad de transmitirse de persona a persona, y contar con una estructura genética contra la que nadie presenta defensa inmunológica alguna.
 
Este pudo ser el mecanismo biogenético que condujo a la gran pandemia de 1918-19. Si bien las investigaciones no han logrado aclararlo por completo, se piensa que lo que ocurrió fue una recombinación conjunta de dos cepas virales distintas producto de una coinfección. Se desconoce aún si el virus de la “gripe española” procedía de una recombinación de la variedad H1N1 (gripe porcina) o de alguna otra variedad, tal vez perteneciente al grupo de la gripe aviar.
 
 
La gripe “española” de 1918 (III): La pandemia en nuestro país


BIBLIOGRAFÍA

BURNET, Sir Macfarlane y David O. WHITE

1982 Historia natural de la enfermedad infecciosa, 4ª edición revisada. Alianza Universidad nº 322. Alianza Editorial. Madrid.

 
ORTIN, Juan (coord.)

2007 La gripe aviar, ¿una nueva amenaza pandémica? Colección Divulgación, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid.


 

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